
Para conocer los orígenes de este plato, es preciso remontarnos al siglo XIV, en un periodo en el que, dentro del territorio español, se sirviese un bocadillo llamado «manjar blanco», el cual estaba conformado por una pechuga de gallina hervida con nueces, azúcar, almendras, arroz y harina. Mezcla bastante peculiar, sin duda alguna.
Sin embargo, con el pasar de los años el platillo varió un poco, eliminando a la pechuga de la ocasión, y convirtiéndose en un postre frío y netamente dulce, que subió como espuma en la lista de favoritos españoles.
En la colonia
Pues no fue hasta la época colonial, que la receta llegaría a Perú, lugar en el que experimentó los mayores cambios con la reintegración de la pechuga, y por supuesto, la incorporación del ají amarillo, que le brindó la coloración amarillenta característica y cambió por completo el sabor final.
Y ya no solo era un dulce servido después del plato principal, sino que se volvió el más pedido entre españoles y peruanos.
Algunas curiosidades
A pesar de tener el término «gallina» en su nombre, Chan, chan, chaaaaan, normalmente el plato se elabora con pulpa deshilachada de la pechuga del pollo. Una revelación que no te esperabas, ¿verdad?
Incluso, a veces se reemplaza por completo a la gallina, y en su lugar se emplean huevos, atún o camarones.
Pero las variaciones no acaban aquí, puesto que, muchas veces para darle un mayor espesor, se le añade leche evaporada al plato, aunado a las pecanas y el queso parmesano, específicamente.